
Hombre y entorno: En la Ruta del Norte Grande
Reflexión libre: Mayo 2003
Graciela González Corei
Universidad Arturo Prat
Iquique
Muchas veces se hace difícil dilucidar de una primera impresión quien modifica a quien. Un ejemplo palpable de ello es el desierto del Norte Grande. Si tenemos el privilegio de conocer el desierto puro y virgen, inmediatamente nos damos cuenta de la intervención de la mano del hombre, cómo a través de la explotación de sus riquezas el paisaje se va modificando. Aparecen las construcciones, las poblaciones, los asentamientos en general, que van llenando de vida humana los distintos recovecos del gran territorio seco.
Las afluentes de agua también son bisturíes que rompen la capa arenosa y transforman esa herida en el lecho de mucha vida, pastizales, oasis, animales, mucha vida comienza a crecer en torno a estos verdaderos hilos de agua.
Así como el agua y el hombre transforman al desierto, éste también esculpe al agua y al hombre, en el caso del agua le va mostrando lo que busca, su salida al gran mar a encontrarse con otra gran riqueza, llevando con ella sales y minerales, que ayudan a la vida en la orilla marina.
El hombre es esculpido por el desierto en la piel y en el alma, la gente del desierto es como él, solidaria con los que le quieren y dispuesta a la lucha cuando le agreden, al igual que el desierto en sus afrentas está en juego la vida, Santa María es sólo uno de los ejemplos. El que ha vivido en el desierto nunca lo deja, físicamente lo abandona pero su espíritu está allí, los salitreros siempre vuelven, sus muertos se quedaron para siempre.
Las riquezas que el desierto nos dio y nos sigue entregando son la sangre del Norte Grande, de él ha vivido y seguirá viviendo. Cada vez que crucemos esta gran sequedad se debe recordar que más que la muerte cuántos han encontrado vida en él.
El desierto llama, su melancolía termina impregnando cada construcción humana e invade cada respiro del que se fue.
No hay comentarios:
Publicar un comentario